A la raza humana le fascina sentirse el árbitro del
mundo. Somos como Estados Unidos llevando libertad a los países que tienen
recursos naturales explotables, solo que, en lugar de utilizar la excusa de la
libertad, ocupamos la del cuidado. ¿Cuidar qué?, ¿Cuándo fue que el planeta nos
pidió encargarnos de su atención?
Un montón de ricos que viajan en jets privados nos
señalarán con el dedo acusándonos de malgastar el agua y tener demasiados
hijos. Esos mismos millonarios poseedores de albercas olímpicas en su patio y
abusadores de esos hijos que piden no tener, los que derriban selvas como hobby
nomás para construir un tren chuchu que lleva a ninguna parte.
Pero lo real es que no hay nada más hipócrita que
jactarse de cuidar el planeta. El globo ha estado tanto tiempo aquí, que no
somos más que un efímero pedo en su historia, una molestia menor que en algún
momento se irá y él seguirá aquí, impoluto. Ni aunque nos esforzáramos de
verdad en terminar con la tierra lograríamos destruirla. Sí, quizás le dejaríamos
cráteres horrendos, desharíamos la atmosfera y envenenaríamos el agua, pero,
adivinen qué, no es nada a lo que esta preciosa bolita azul no pueda sobrevivir;
ha estado sometida a condiciones extremas durante el tiempo que lleva
suspendida en el cosmos y, aunque sí podría morir precisamente víctima de eventos
cósmicos totalmente fuera de nuestra comprensión, definitivamente no lo haría
por causa humana. Al menos con nuestro nivel actual de avance tecnológico. Muy
probablemente tampoco seríamos capaces de terminar con toda la vida, hay cosas
por ahí que pueden sobrevivir a lo que sea que les aventemos.
Teniendo lo anterior claro, es obvio que no buscamos “cuidar
el planeta”, sino cuidar nuestras vidas. Sí, jodemos cuanto podemos a la naturaleza,
pero después intentamos remediarlo. Talamos arboles como estúpidos y nos sentimos
magnánimos sembrando más, pero toda la fauna desplazada nos importa un bledo. Provocamos
desastres ecológicos inefables con la ganadería, la agricultura y la pesca por
el afán de alimentarnos y aún tenemos el descaro de cercar un pedazo de tierra
y llamarlo “área natural protegida”. Todas las acciones realizadas bajo la bandera de la ecología no tienen otra finalidad que garantizar
nuestra propia supervivencia, la “protección” del ambiente solo es relevante
cuando el daño pone en riesgo nuestra conservación. Nos jactamos de cuidar la
vida, pero solo cuando es una vida que nos cae bien. ¿Qué diferencia a un panda
que es demasiado pendejo como para no extinguirse solo, de un microorganismo
que asesinamos con antibióticos o una “plaga” que no hace más que sobrevivir,
igual que nosotros? Pues el panda es cute. Lo que merece sobrevivir es lo que
nos cae bien o nos sirve. Si no cumple con los criterios anteriores, no es
digno de nuestro altruismo. Y ni siquiera podemos cambiar el "cuidar el planeta", por "preservar la vida", podemos
hacer una analogía con los parásitos, ¿Por qué jamás un hippie ha cerrado una
farmacia exigiendo el cese en la venta de antiparasitarios? Pues los parásitos están vivos, pero
nos caen de la verga porque nos hacen daño, adaptan nuestros cuerpos a las
condiciones que los favorecen, se alimentan de nosotros y se reproducen a costa
nuestra, dañando nuestra salud en el proceso. No sé, pero ese modus vivendi me
recuerda a cierto homínido consumidor de reality shows.
La tierra jamás se ha tomado la molestia de decirnos como
quiere ser cuidada. Si posee una consciencia, seguro le cagamos y le encantaría
vernos extintos.
Claro que debemos tomar acciones para evitar el daño
ambiental porque no nos conviene que las cosas sigan su cauce destructivo, pero
dejemos de ser hipócritas y sentirnos el capitán planeta, que somos el
principal enemigo de la ecología y los parches que intentamos poner a las
heridas que provocamos, son irrisorios. Es como intentar poner un curita para
salvar a alguien que está casi decapitado.
No cuidamos el planeta. Sólo diluimos un mínimo el
daño encabronado que le provocamos, para evitar que deje de ser apto para vivir
en él. Y hasta en eso estamos fracasando.